En los últimos meses el gobierno cubano ha indicado una serie de disposiciones para estabilizar la economía del país, un proceso más engorroso de lo que podría presuponer cualquiera.
La isla enfrenta serios problemas en diferentes aristas relacionadas con el tema y van desde la inflación hasta otros intrínsecos a esta como la oferta y demanda de bienes y servicios, la decadente producción nacional y el modelo de producción que se aplica en el país.
Hay que sumar a ello la emisión de dinero sin respaldo y el déficit fiscal que para el 2023 alcanzó los 68 millones de pesos cubanos, una cifra muy alta.
La moneda cubana no tiene valor en el mercado internacional y tampoco existe un esquema de cambio que favorezca el acceso a las divisas internacionales.
Todos los productos importados se compran con dólares, moneda extranjera por demás, y que devalúa al desfalleciente peso cubano, limitando sus funciones.
Grandes deudas, pocos ingresos, esa es la realidad más cruda que experimenta la isla y con ello sufren mucho más los de abajo, enfrentando carencias que llegan a los límites de la pobreza.
Con este panorama resultaría imprescindible entonces ejecutar un programa de estabilización con el cual, en la medida de lo efectivas que puedan ser las acciones, la economía comience a recuperarse.
Cuando estaba apunto de cerrar el 2023 se dieron a conocer las disposiciones que se aplicarían para “corregir distorsiones” e impulsar la economía.
Tres políticas fundamentales fueron trazadas en ese sentido: la fiscal, la monetaria y la cambiaria.
La política fiscal pretende perfeccionar mecanismos que reduzcan la evasión fiscal y los subsidios a productos y empresas, así como el incremento de aranceles a productos no esenciales, entre otras.
La política monetaria es más complicada, pues debe basarse en el respaldo que no tiene el peso cubano.
El Banco Central de Cuba (BCC) deberá cual mago regular la inflación moviendo las tasas de interés para que sean atractivas a quienes pretendan ahorrar y así recoger efectivo y al mismo tiempo lidiar con las otras tasas de interés de créditos que no puede reducir.
La política cambiaria es quizás, la más idealista de las tres, pues si el estado no tiene divisas para adquirir los productos que necesita la población y contrae grandes deudas, de qué manera establecería su acceso legal y en igualdad de condiciones a los actores económicos.
Alcanzar un tipo de cambio único donde el dólar pueda comprarse a razón de 24 CUP y desestimar los precios disparados en el mercado informal, resultaría extremadamente difícil.
El dólar alcanza el precio de 317 CUP al cambio por uno dentro del mercado informal cubano y con tendencia a incrementar en un dos por ciento, o sea 6,37 CUP más que esa cifra.
Casi una utopía enderezar la economía cubana en los tiempos actuales, quizás todos los esfuerzos deberían dirigirse a “corregir” la improductividad agrícola, renglón que salvaría la mesa del pueblo, primer sitio por el cual se nota la mejoría de un país.
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