Para quienes crecieron viendo a Alicia Alonso como ícono cultural de Cuba, el nombre de Viengsay Valdés no es desconocido. Sin embargo, más allá de ser la discípula directa de la legendaria bailarina, Viengsay ha construido su propio nombre dentro y fuera de la isla.
Esta semana fue reconocida con el Premio Nacional de Danza 2025, un galardón que reconoce décadas de virtuosismo, entrega y liderazgo artístico.
Pero su historia va mucho más allá de una estatuilla: es el testimonio de una artista que eligió quedarse, crear y dirigir desde Cuba, incluso en medio de tiempos complejos para el país y sus instituciones culturales.
Nacida en La Habana en 1976, Viengsay Valdés comenzó su formación en la Escuela Nacional de Ballet y rápidamente llamó la atención por su destreza técnica y expresividad escénica. En 1995 ingresó al Ballet Nacional de Cuba (BNC) y solo seis años después fue promovida a Primera Bailarina.
Se formó directamente bajo la tutela de Alicia Alonso, lo cual marcó su carrera con el rigor del estilo clásico cubano, pero también con una visión de continuidad institucional.
Ha interpretado los grandes roles del repertorio universal: Giselle, El lago de los cisnes, Don Quijote, Coppelia y muchos más, llevando siempre el sello cubano por teatros de Asia, Europa y América.
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En 2019, tras el fallecimiento de Alonso, Valdés asumió progresivamente la dirección general del Ballet Nacional de Cuba, uno de los cargos más simbólicos del mundo artístico en la isla. En 2020, fue oficialmente confirmada en ese puesto.
La suya no ha sido una tarea sencilla. Dirigir una institución tan emblemática en medio de la pandemia, la crisis económica, la migración de talentos y el desgaste estructural, ha requerido más que habilidades artísticas. Ha sido un acto de resistencia cultural, donde Viengsay ha defendido la excelencia, la tradición y la apertura a nuevos públicos.
El jurado que le otorgó el Premio Nacional de Danza 2025 destacó su “alto nivel artístico, virtuosismo técnico, interpretación refinada y entrega absoluta al arte del ballet”. También se reconoció su papel como embajadora cultural de Cuba, representando a la isla en importantes escenarios internacionales.
El presidente Miguel Díaz-Canel la felicitó públicamente, resaltando su “compromiso con la cultura cubana” y su papel clave en “mantener vivo el legado de Alicia Alonso con dignidad y evolución”.
Para muchos jóvenes artistas cubanos, Viengsay representa una figura compleja: por un lado, es parte de la vieja escuela y del sistema cultural oficial; por otro, inspira por haber permanecido en el país, sosteniendo una tradición que podría haberse diluido sin dirección firme.
Ha impulsado nuevas coreografías, giras internacionales y la formación de una nueva generación de bailarines, a pesar de las limitaciones materiales, apagones y falta de recursos.
Más que un reconocimiento individual, el Premio Nacional de Danza entregado a Viengsay Valdés pone sobre la mesa una pregunta más profunda: ¿cuál es el futuro del ballet cubano en un país donde tantos artistas han emigrado?
Por ahora, Valdés sigue al frente, ensayando en condiciones difíciles, asegurando funciones, y recordando al mundo que la cultura cubana también resiste desde el arte.
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