Aún persisten los vientos aciclonados, las lluvias tan intermitentes como intensas, las olas altas… Helene no ha dejado a Cuba del todo y ya se pueden ver los estragos causados por un fenómeno meteorológico de gran magnitud, unido a la mala gestión socioeconómica y las deficientes infraestructura y planeación urbanas.
En la capital cubana el escenario muestra mercados agrícolas y áreas públicas inundadas, árboles caídos, cables eléctricos tendidos sobre las vías y postes de electricidad removidos por las fuertes ráfagas; lo cual representa un gran peligro para los transeúntes, en cuanto los trabajadores de la Empresa Eléctrica no logren culminar sus labores de rehabilitación en cada vía dañada.
El río Cuyaguateje de Pinar del Río desbordó sus márgenes y en las localidades cercanas tal parecía una playa o un mal revuelto, con gran peligro para la ganadería y los cultivos de la zona.
Los ríos del municipio pinareño de San Juan y Martínez, caracterizados por un bajo caudal, sorprendieron con sus desbordamientos. Tanto los ríos San Juan, Papaya y Martínez mostraron su voracidad con inundaciones en las zonas bajas. En este propio municipio, hubo penetración del mar por Punta Cortés.
Pinar del Río y Artemisa, las dos provincias más occidentales de Cuba, registraron los acumulados de agua más altos de las últimas jornadas, la estación pinareña del Instituto de Meteorología localizada en Isabel Rubio mostró un acumulado de 108, 3 milímetros, seguido de 84 milímetros en Bahía Honda, de Artemisa.
En este territorio, también hubo acumulados superiores a los 100 milímetros en el acueducto El Mariel (117.7 milímetros) y el acueducto Guanajay (108.5 milímetros).
Un recorrido por las imágenes compartidas por la prensa local y los propios residentes de estos territorios occidentales revela una imagen desoladora, con viviendas de tablas destruidas, techos de zinc galvanizado o fibrocemento destruidos y esparcidos por los alrededores.
Aunque afortunadamente hasta hoy no se lamenta la pérdida de ninguna vida humana, sí hay personas sin casas, sumidas desde hoy a la suerte de vivir en albergues para damnificados, lugares donde se pierde cualquier atisbo de esperanza.
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