La más reciente reunión del Consejo de Ministros en Cuba dejó al descubierto una realidad cada vez más difícil de ignorar: la isla registra solo 9.740.000 habitantes con residencia efectiva, según datos oficiales de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI). Este número confirma una tendencia de descenso demográfico sostenido, alimentada por la migración masiva, la baja natalidad y el acelerado envejecimiento poblacional.
Mientras el Gobierno intenta maquillar el impacto de esta caída con frases como “discretos avances” en políticas demográficas, lo cierto es que los datos son contundentes y preocupantes.
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Para miles de cubanos, el futuro ya no está en la isla. La constante salida de personas —especialmente jóvenes y profesionales— ha vaciado barrios, ha dejado aulas sin estudiantes y hospitales sin personal. Emigrar se ha convertido en la única vía para lograr estabilidad económica, seguridad y oportunidades.
En 2024 se registraron solo 71.000 nacimientos, la cifra más baja en décadas. Ya en 2023 se habían reportado 90.300, lo que evidencia un declive persistente. La falta de perspectivas económicas, la escasez de recursos básicos y la incertidumbre generalizada llevan a muchas mujeres en edad fértil a posponer o evitar la maternidad.
Más del 25% de la población cubana tiene 60 años o más, lo que posiciona a Cuba entre los países más envejecidos del hemisferio. Este fenómeno no solo impacta la productividad y el sistema de salud, sino que también reduce aún más la base de población activa y reproductiva.
Aunque el Gobierno reconoce la cifra de 9.7 millones de habitantes, estudios alternativos sugieren que la población real podría ser aún menor. El economista y demógrafo Juan Carlos Albizu-Campos estima que, al cierre de 2024, solo quedaban unos 8 millones de cubanos viviendo en la isla, lo que implicaría una pérdida poblacional del 24% en apenas cuatro años.
A pesar de la gravedad del problema, las acciones del Estado siguen siendo limitadas y simbólicas. Más allá de iniciativas como producir pañales desechables o promesas incumplidas de entregar viviendas a madres con varios hijos, no hay políticas efectivas que estimulen la natalidad ni retengan a los jóvenes.
En palabras del propio primer ministro, Manuel Marrero Cruz, se debe “redoblar esfuerzos” para enfrentar la situación, aunque reconoce que no se realizan análisis integrales ni se aplican soluciones concretas.
El panorama que se perfila es preocupante. Una población menguante y envejecida, sin reemplazo generacional y con una juventud que escapa del país, representa una amenaza para la sostenibilidad económica, el sistema de salud y el tejido social cubano. Mientras no se adopten medidas estructurales y efectivas, la crisis demográfica podría empeorar hasta volverse irreversible.
Por la combinación de tres factores clave: migración masiva, baja natalidad y envejecimiento acelerado.
Según la ONEI, hay 9.740.000 cubanos con “residencia efectiva” en la isla.
Expertos independientes creen que la población real podría ser inferior, cercana a los 8 millones, debido a subregistros y salidas no contabilizadas.
Afecta la economía, la salud pública, el mercado laboral y la viabilidad de políticas sociales a largo plazo.
Muy poco. Las políticas actuales son limitadas y no abordan de forma efectiva las causas de fondo del declive poblacional.
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